Aquella palabra tuya que cautivo
en cánticos celestes mis penas
volvió el aura de mi dicha sucia.
Tú, virgen de asfalto empañas
mi rostro de dolor obtuso y bravo,
reducido a hormigón,
metal, luz, cristal,
lenguas frías y tristes, que me tragan y engañan.
Los querubines de neón
disfrazados de diablillos en lentejuela raída,
plástico, pintura,
me agarran y atraen hacia sus cubículos oscuros.
Y yo callo, empalado en ladrillo pintado.
Miembros atenazados y muertos,
Corazón palpitante y frío.
¿Quién me clavará el definitivo puñal en el costado?
¿Me volverá el dolor y sentiré la verdad
punzante, oscura, dolorosa; pero cierta?
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