jueves, 14 de enero de 2010

Me asomo insomne al borde de la pecera buscando por ejemplo: Madrid. Y me dejo huir por las gentes, los coches, la luz… Me retuerzo serpenteante entre montañas que invento, dándome, permitiéndome tener la intimidad del final de la ciudad, de la expresión de tu compañía paseando furtivamente entre túneles y túneles repletos de vistas, de ojos ensordecedores. Me escondo, nos escondemos entre ramajes que ni tú ni yo conocemos. Quizá tristeza. Después, sin querer, me recorre un estruendo increíble por la piel, por el borde de las manos, como si de repente empezara a llover. Empieza a llover y cada gota que rebota tintineante contra el suelo se apoya en un banco solitario acompañado de incomprensión, incomprensión absurda y temida, incomprensión alzada y bajo llave. Me susurras que prefieres tu nube, tu nube en un abismo existencial lejos del fuego, de las calles.

Y ahora como ves, crecemos, tú más que yo, crecemos solos, sin fuerza, dejándonos llevar por el color de una serie de fotografías que sin querer me recuerdan a ti, a ti y a tus inmensos detalles.

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