lunes, 24 de mayo de 2010

La certeza

A veces respiro fuerte sólo para oírme a mí misma. Cojo aire por la nariz, y lo expulso por la nariz. Lo cojo. Lo expulso. Es un buen ejercicio, sobre todo si quiero sentirme viva, como tú ahora, que estás leyendo esto; como ella dentro de un rato, cuando reciba la llamada que lleva esperando durante todo el día; como el profesor al que quieren todos los alumnos; como el alumno que hace pellas por primera vez…
A veces, incluso, me gusta sentir el ruido de mis pisadas por la calle. Si los zapatos tienen un poco de tacón, lo aprovecho para hacerme notar. No quiero que los demás me noten. Quiero notarme yo. Decir: “Estoy andando, estoy pisando fuerte y nunca me he sentido tan bien”.
A veces leo una poesía en alto. Si alguien me escuchara probablemente se reiría, o a lo mejor me aplaudiría. No me gusta mi voz, pero me gusta leer en alto. Cojo aire por la nariz, lo expulso por la nariz, leo el primer verso, sonrío, vuelvo a respirar para leer de carrerilla lo que queda de poema. Me aplaudo. La única certeza que ahora siento es que mi aplauso es de verdad. Lo aprovecho, y no me escondo porque hoy no toca esconderse.

Estoy andando, estoy pisando fuerte a un suelo que no me pide explicaciones por ser quien soy, y nunca me he sentido tan bien.

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