Pero, cuando menos me lo esperaba, ella asomó triunfante, resplandeciente, abrumadora... esa luz que me cegaba acompañada de aquella inequívoca fuerza mayor... y pasó. Minutos después de recuperar mi vista, pude percibir un montón de figuras a mi alrededor; todas felices y sonrientes, como si a ellas nada les afectara... ¿Cómo puedo ser tan desdichado? me pregunté. No soportaba ese murmullo de risas y de alegría que contagiaba el ambiente. Sabía que de un momento a otro comenzaría el ritual de cada día, ese dolor punzante que atravesaba mi cuerpo y que tocaba lo más profundo de mi alma.
Me paré a pensar... no merecía la pena atormentarme con todo lo que ocurría a mi alrededor, así que decidí evadirme pensando en el final de la jornada... ese momento de calma y sosiego...
La luz seguía cegándome y la fuerza volvió a ceñirme entre sus garras...¡Ahora! Era ahora cuando iba a empezar el martirio de todos los días.
9.20 de la mañana: un objeto punzante, sostenido por la fuerza mayor, dibuja símbolos en mi piel si piedad, rápido, lento, con descansos... al son de la voz del fondo.
9.30: punto final de la historia, una hoja de papel cuadriculada menos y vuelta a empezar...
14.00: gastadas 6 hojas, sólo me quedan 120... el fin de mis días se acerca.
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