miércoles, 17 de marzo de 2010

Los armarios los pintamos de azul para que la habitación fuera más alegre. Llenamos de uvas los cazos de leche para que todo oliera a zumo y para embriagarnos en el pensamiento de que en un futuro, podríamos pintar la madera de cielo con vino de mentirijillas.
Buscamos bajo la cama a la ardilla que nos miraba siempre a través de su monóculo, pero ya no estaba, habría decidido ver y mirar más allá de la colcha de flores que protegía su guarida.
Me puse triste al pensar que la había tenido enjaulada en contra de su voluntad. Me tumbé en la cama para que me diseccionaras con tu bisturí de plata y así poder perdonarme a mí misma, uniendo la sangre de uva y la mía en un acto lleno de llantos. ¿Qué esperaba? ¿Conseguir unas alas gigantes con sabor a fresa acida? Acaso romper mis gafas en pedazos bajo los pisotones rabiosos que daba, una y otra vez. Decidí esconderme bajo la cama, para aullar a mi ardilla y que volviera. Y que dibujara radiografías de mis manos, tan diferentes a las suyas.
Me aburría bajo el somier y cerré los ojos muy fuerte. Empecé a pensar en agua, en ríos, en charcos y en mares y me convertí en líquido de colores.
Me escurrí por la ranura y fui llenando de mí las hendiduras que habían formado las huellas del bichejo al escapar. Sentí la presión de las paredes y los recovecos que se ocultan en el lado oscuro de nuestra casa, el silencio solo, puro y agitador. Yo me convertí en silencio también y desapareció de mi mezcla la sangre que me escapaba hacía un rato.
Imaginaba mi cuerpo como el de un pollo desmenuzado y frío que había dejado de ser libertad entre la piedra para volver a su triste realidad, tan fantasiosa y poco creíble como hacia un rato, pero, más difícil de asumir.
Todos los acontecimientos se habían encadenado de forma casual durante la última hora, aunque me resultaba realmente difícil calcular el tiempo en aquel revoltijo de acciones. Pensé que lo mejor sería dejar mi pequeña excursión y dejar de ser sopa para cuencos, perdida por el suelo para volver a contarte lo que había sentido desde que te dejé atrás, mirándome atónito. Esperabas en mi habitación con un mechero en la mano, a punto de ser encendido, intuí que para quemar mi agua y convertirme en vapor para que el viaje fuera todavía más rápido. Pero yo no quería seguir revoloteando a la fuerza por caminos desconocidos, no quería perderme y que no pudiérais encontrarme y no quería verme sola en cualquier paisaje estrambótico y amenazador. Quería esconderme en mi cuarto y esperar contigo que volviera la ardilla y esperar arropada y calentita y con tazas de leche y galletas y con fotos de la calle que me mostraran el mundo que seguía asustándome. Me escondí debajo de las mantas y te pedí una nana.
Me cantaste. Y me dormí, para así despertar al fin y volver al mundo real.

0 comentarios: